jueves, 19 de mayo de 2011

Mi accidente en bici

La mayoría de mis amigos ya conocen el “resumen” de lo que me pasó la semana pasada. Pero ahora con un poco más de calma quiero aprovechar para contarles a más detalle qué fue lo que sucedió, cómo estoy, y cómo he pasado estos días después del accidente. Para los que, por alguna razón se están enterando apenas al leer este blog o no puedan leer todo porque el post está laaaaargo, de entrada sepan que hoy me encuentro bastante bien, y reponiéndome poco a poco de todo. :)

Todo empezó el pasado miércoles 11 de este mes. Yo salí de mi trabajo en Garching y me fui en el metro por Ari a Pinakotheken donde habíamos dejado nuestras bicis por la mañana. Pensando en hacer un poco de ejercicio y aprovechar del calorcito del verano, esta semana habíamos puesto en marcha el plan de ir y venir todos los días del trabajo de Ari a la casa en la bici. Así que después de platicar un poquito sobre lo que habíamos hecho en el día, los pendientes y las cosas por hacer, nos pusimos los cascos, nos trepamos a las bicis y empezamos el camino de regreso a casa.

Todo iba genial, ya nos estábamos familiarizando más con la ruta y encontrando los caminos más seguros para cruzar la ciudad en la bici. Hasta que llegamos por ahí del número 12 de la avenida Sonnenstraße.

Para darse una idea, Sonnenstraße es una de las avenidas grandes en la zona del centro aquí en Munich. Pasa por Karlsplatz y Sendlinger Tor que son dos de las estaciones más importantes en el centro. La calle es recorrida también por varias lineas de tram, y sobre la acera tiene en cada dirección un camino especial dedicado para las bicis, separado de los coches y los peatones. En realidad Munich es una ciudad bastante bien preparada y diseñada para poderla recorrer sin muchos contratiempos en la bici.

Esquina de Sonnenstraße con Landwehrstraße. Ver en Google Maps.
A la izquierda pueden ver algunas bicis estacionadas; esa noche habían
muchas más a lo largo de casi toda la calle.

Como esta es una área de la ciudad muy concurrida, y en general a los muniqueses les fascina usar la bici, en esta calle en particular hay también muchas bicis estacionadas. En la noche que pasábamos casi todo el largo de la calle estaba lleno de bicicletas estacionadas, la mayoría de ellas justo a un lado del paso de las bicis.

Fue cuando pasaba por aquí que sentí como mi manubrio se golpeó contra el de una de las bicis paradas. No iba yo muy rápido, pero de cualquier modo el golpe me sacó de control, y por unos pocos metros la bici se me movió de un lado a otro hasta que finalmente me caí en el suelo. Inmediatamente detrás de mi venían otros dos ciclistas, y luego de ellos venía también Ari. Los ciclistas se bajaron y me ayudaron a levantarme, me preguntaron si estaba yo bien. Del golpe se me había salido el aire de los pulmones, pero despacio cuando pude hablar les contesté que sí, que sólo había sido el golpe.

Yo no la vi, pero Ari también—obviamente muy asustada—se cayó un poco al tratar de bajar rápido de su bici y correr a verme. “¿Qué te pasó?” Entonces fue cuando volté a ver el paradero de las bicis, vi como una de las bicicletas estaba mal estacionada, con la rueda delantera y el manubrio invadiendo el paso de las bicis. “Esa tarada bicicleta”, apunté con la mano y completé después de un forzado respiro, “está mal parada.”

Ella me preguntó si estaba bien. Yo le contesté que sí, que me costaba trabajo respirar por el golpe, pero que yo creía que estaba bien. A nuestro lado habían unas sillas (en esta época del año los cafés llenan las calles de Munich con sillas y mesas para que todos disfruten del sol) y le pedí que me ayudara a sentarme para reponerme.

Ari me sentó y me empezó a revisar. Yo llevaba puesta una chamarra ligerita, abierta, y ella la comenzó a levantar despacio sobre mi hombro. Justo en ese momento fue que pude ver en su rostro como es que algo estaba mal con mi cuerpo. “¡Juaaaaan! ¡Ayyy Juaaaan!” Y al instante salió disparada a buscar ayuda. Salieron los encargados de dos locales cerca del lugar, uno que llamó inmediatamente a la ambulancia, y el otro se acercó a mi lado a ver si estaba yo bien. Me preguntó si sentía yo dolor, y le contesté que no, que mientras no me moviera, no sentía dolor. Entonces él levantó también un poco mi chamarra, y apenas alcanzó a decir, “¡Oh F-! ... don't worry, the ambulance should be coming soon.”

Apenas uno o dos minutos después llegaron los policias, y poco después apareció también la ambulancia con los paramédicos. Los policías nos tomaban la declaración de lo que había ocurrido, Ari se encargaba de todo, enseñando nuestros documentos, dando nuestros datos y relatando lo sucedido. Uno de los paramédicos se acercó a mi también para revisarme. “¿Donde te golpeaste? ¿Qué te duele?” Caí yo sobre el hombro, siento un golpe en la rodilla, pero creo que fue sólo un raspón. También me golpee la cabeza, pero llevaba yo el casco, así que creo que no me paso nada ahí. El paramédico me revisaba, la rodilla todo bien, la cabeza y el casco también (no fue un golpe duro porque el casco no se raspó ni se abolló), también podía mover yo sin problemas la mano y los dedos, y mi sentido del tacto funcionaba perfectamente. Entonces levantó también un poco mi chamarra y “¡Oh Cr-! ... ok, ok, we’re going to put you in the ambulance”.

Entonces entre dos de los paramédicos, el chico que había hablado conmigo y otra chica, trajeron una camilla donde me acostaron y me llevaron a la ambulancia. Ella me empezó a preguntar más cosas, a revisarme, tomarme la presión. “It doesn’t look good. But don’t worry. We’ll take you to the hospital.”, y cerraron la puerta. “But... my wife. ¿Is she coming?” Me contestó que sí, que sólo estaba terminando la declaración con la policía, pero la esperábamos y nos íbamos todos. Pocos momentos después pude escuchar su voz, subiendo al frente, y después cerrar la puerta. “She’s at the front with us.” Yo sólo sonreí, calmado y tranquilo de que Ari estaba ya conmigo.

Afortunadamente el viaje no fue nada largo, pues resulta que la Clínica Quirúrgica de la Universidad de Munich se encuentra a unas cuadras de donde ocurrió el accidente. Me admitieron en el area de Urgencias, y lo primero que hicieron fue mandarme a sacar radiografías del área afectada. Como se imaginarán era ya el turno nocturno, y no habían muchos doctores en el hospital. No habían tampoco habían muchos pacientes. De hecho, creo que yo fui el único paciente en el área de urgencias.

Una chica, seguramente estudiante de medicina, fue la que me llevó a sacarme las radiografías. Me dijo que no hablaba mucho inglés así que entre mi poco alemán y a señas fue como nos dimos a entender. Me acomodó frente al aparato para sacar las radiografías, y me levantó un poco para poner la placa fotográfica detrás de mi espalda. “Bewegen sich nicht.” Ella fue a un cuartito aledaño desde donde activó la máquina de la radiografía, vino entonces por la placa, y regresó después a su pequeño cuarto para procesarla. Al regresar me vio a los ojos, pensando cómo explicarme la situación en alemán sencillo que yo pudiera entender, pero sólo atinó a encoger los hombros y exclamar: “Kaput.”

Los doctores que estaban de guardia esa noche revisaron las radiografías, lo consultaron entre ellos e incluso llamaron a algunos de sus colegas que estaban ya en casa descansando para decidir lo mejor que se debería hacer conmigo. Supongo que no habría mucho que decidir, me dijeron que era necesaria una operación, me pondrían un implante metálico y varios tornillos que sujetara al hueso en su posición correcta hasta que pudiera sanar.

Radiografía al ingresar al hospital

Me da gracia imaginar a toda esta situación como si fuera el capítulo más aburrido en toda la historia de House:

House: “¿Cuáles son los síntomas?”
Foreman: “Los rayos X muestran el hueso de la clavícula fracturado. En tres partes.”
House: “¿Y eso podría ser ocasionado por ...?”
Chase: “Quizá un golpe fuerte en el hombro. Eso explicaría todos los síntomas. Además dijo que se cayó de la bici.”
House: “Bien, pónganlo en analgésicos, y programen una operación para mañana. El paciente necesita más metal en los huesos.”

Muy chafa. Bueno, así que me conectaron a un flujo constante de analgésico directo a la sangre y tuve que pasar la noche en el hospital para esperar a la operación. Desafortunadamente a Ari no la dejaron quedarse, y después de que me pudo conseguir algo de cenar (¡mil gracias también Cris!), me quedé en el hospital a tratar de dormir—obviamente sin mucho éxito—y esperar a la operación al día siguiente.

Temprano al día siguiente me “levantaron” (recordar que no estaba yo muy dormido), para me pudiera yo medio bañar y prepararme para la operación. A mis vecinos en el cuarto, otros dos pacientes, les trajeron también su desayuno, pero por la operación yo tenía prohibido comer desde las 2am desde la noche anterior. Poco más tarde llegó también Ari para estar conmigo y, de nuevo, arreglar todas las cuestiones administrativas con el hospital. Momentos más tarde llegaron por mi al cuarto, y en un instante me llevaban ya de fuera con todo y cama rumbo a la sala de operaciones.

Después de un cambio de camilla al fin entré al área esterilizada donde se llevaría acabo la operación. Allí conocí al anestesiólogo quien me prepararía para la operación. Me preguntó cómo estaba y me explicaba brevemente el procedimiento. Me conectaron a una de esas maquinitas como las que se ven en la tele donde pueden monitorear tus latidos de corazón. Me dijo que me iban a poner primero algo de oxígeno, que respirara de manera natural. Después me comenzaron a suministrar la anestesia. El doctor me dijo que me empezaría a sentir un poco mareado, como borracho. Y como tal, en unos segundos todo me comenzaba a dar vueltas como si me hubiera puesto una buena. No se si el doctor me dijo más. Instantes más tardes me había dormido ya completamente por el efecto de la anestesia.

Por obvias razones yo no supe lo que ocurrió durante el tiempo de mi operación, ni siquiera tenía idea de cuanto tiempo estaba transcurriendo. Ari, por su parte, si fue quien tuvo que sufrir un poco este tiempo. Originalmente nos habían dicho que la operación tardaría unas dos horas. Pero luego de que habían transcurrido ya casi cuatro ella estaba con toda razón preocupada y ninguna de las enfermeras le podía dar noticia de lo que estaba ocurriendo. Pero esto no la detuvo y se puso las pilas, preguntó y preguntó hasta que consiguió un número donde quizá le podrían dar información y, con ayuda de mi hermano, al fin le pudieron decir que la operación había salido bien, y que sólo esperaban a que yo me despertara de la anestesia. Yo, obviamente, no supe nada de esto sino hasta mucho después que ella me lo contó; pero creí que era importante contarlo también aquí.

Cuando al fin abrí los ojos me sentí increíble. Mi hombro estaba al fin en su lugar y yo tenía nada, cero, de dolor. Lo que experimenté sólo se puede describir como muchísima felicidad, de saber que estaba yo bien, que había terminado ya la operación. Por supuesto la falta de dolor era aún por el efecto de la anestesia, pero en este instante en que me desperté me hizo sentirme tan bien y tan tan contento. Me llevaron de nuevo al cuarto de regreso otra vez con Ari. De nuevo pudo estar ella tranquila, y yo super feliz también de verla. “¡Me siento muy bien!” Dije con una gran sonrisa en la cara.

Acto seguido, pedí mi teléfono para poder actualizar mi status en Facebook.


El mismo día de la operación fueron mis compañeros de la oficina a visitarme, y por Skype estuve también en contacto con mis papás en Puebla. Fue increíble y muy bueno que recién salido de la operación pudieran ver como estaba y que me sentía yo muy bien. Los días siguientes la recuperación continuó también con todo perfecto en su curso. Me hicieron una nueva radiografía para constatar que todo estuviera en su lugar. Me mantuvieron poco tiempo con analgésicos en la sangre, y luego tomando ibuprofeno para eliminar el dolor. En total me tuvieron 5 días en el hospital, los tres últimos yo ya sólo quería salir y regresar a casa pues me sentía bastante bien y no le veía mucho caso a estar ahí. Pero me imagino que los médicos estarían esperando a que pasara cierto margen de seguridad antes del cual podría tener riesgo de alguna complicación, y después del cual las probabilidades indican que todo estaría en orden.

Radiografía un día después de la operación

Ahora me encuentro ya en casa. Descansando, tomándome las cosas con calma. En una semana tengo que ir a que me quiten los puntos de la sutura. También en este tiempo estaré yendo a fisioterapias para ganar de nuevo movilidad en el brazo; la mano y la parte baja del brazo las puedo mover sin dificultad ni problemas, pero el antebrazo no lo puedo levantar a 90 grados o más (la altura del hombro) hasta que pasen por lo menos seis semanas. También en seis semanas voy al hospital por un nuevo chequeo y para que me saquen otro juego de radiografías.

Afortunadamente todo ha ido muy bien después del accidente, mi recuperación ha sido muy rápida, he progresado muy bien y sin problemas. Este sería quizá el momento perfecto en el que yo podría decir lo muy agradecido que le estoy a la ciencia. Lo increíblemente maravillado que estoy por todos estos milagros que ha hecho por mi. Y la verdad es que sí, sobre todo gracias a la ciencia por la anestesia y los analgésicos, no me quiero ni imaginar lo que esto habría tenido que ser si no contara yo con ellos.

Pero no. Este no es el momento de dar gracias a la ciencia. Con quien realmente estoy mucho más agradecido es con la gente, con las personas. Infinitamente agradecido con mi esposa, a quien le hice pasar unos momentos muy estresantes y que siempre estuvo a mi lado; apoyándome y de manera muy responsable encargándose de todo lo que se tuviera que hacer para que me atendieran. Super agradecido con mis familiares y amigos, que estuvieron siempre atentos de mi recuperación; que estuvieron ahí para darme ánimos y para hacerme saber (en persona, por Facebook, por teléfono, por Skype, por Email, por Twitter) que podía yo contar con ellos. Mil gracias por supuesto a todo el cuerpo de doctores y enfermeras. A quienes conocí y a los que permanecerán para siempre anónimos para mi pero que estuvieron allí haciendo su trabajo y procurando mi bienestar en todo momento. Gracias a los ciclistas que me ayudaron, a los desconocidos que llamaron a la ambulancia y que estuvieron también a mi lado en los primeros momentos. A los policías, a los paramédicos. A mis “vecinos” de cuarto en el hospital quienes hicieron la estancia más amena. No se si puedo hacer suficiente énfasis en esto, o si será del todo claro mi mensaje, pero en esos momentos no estaba yo confiando en “la ciencia”, mi confianza estaba depositada cien por ciento en la gente de quienes realmente dependía mi bienestar en ese momento.

Por eso gracias a todas las personas que—de una u otra manera, en pequeña o gran medida—tomaron parte en esta historia y me permitieron estar hoy aquí sentado para contarla. Gracias, gracias a todos ustedes.

Gracias a todos, por supuesto, excepto al tarado que dejó mal parada la bici. ¡Qué cabrón eres!