lunes, 28 de agosto de 2006

Caos y efecto

Ana Isabel sigue recostada sobre la cama, justo como cayó en ella rendida anoche después de la fiesta. Lentamente, aún sin estar totalmente consciente, comienza a abrir los ojos y gira la cabeza buscando el despertador. La imagen es todavía borrosa, y poco a poco se comienzan a distinguir los números: “82:60”. Por un momento no entiende nada. “¿Cómo? ¿Qué pa..? ¡No! ¡Madres! ¡09:28! ¡Me quedé dormida! ¡Ya es tardísimo!”

José Luis está, como todas las mañanas, ya listo en la parada esperando el camión para ir a la universidad. Como todas las mañanas, el camión llega también puntual a la parada. Él sube y paga el pasaje al conductor, entonces dirige la mirada a los asientos. Ella no está. En el lugar donde normalmente se sienta ella, está sentada otra chica con los ojos llorosos. Él decide sentarse y platicar con ella.

Lorena baja corriendo del camión. No estaba segura, pero las palabras de ese chico la acaban de convencer. Busca un teléfono público y llama a su casa. Nadie contesta. Con la voz entrecortada deja un mensaje en la contestadora. “Mamá. Lo siento, ya lo estuve pensando. Amo a Manuel, y me voy a ir con él. Lo siento, sé que no me entiendes, sé que piensas que lo nuestro no va a funcionar. Pero yo lo amo, y me tengo que ir con él. Lo tengo que intentar. Vamos a tomar hoy el avión a Barcelona.

Sofía sale a toda velocidad en su camioneta de la cochera de su casa. Tiene que llegar al aeropuerto. Tiene la mente nublada. No sabe en qué pensar. Y al mismo tiempo piensa en todo. Su hija, está a punto de hacer una tontería. No puede pensar en otra cosa, tiene que llegar lo antes posible. Verde, verde, amarillo, verde, verde, amarillo, amarillo. Rojo. Sofía no se detiene. Tampoco el coche que cruzaba la avenida por la derecha.

El tráfico se ha detenido completamente. Gloria baja de su auto, con las manos temblando. Ha habido un accidente en el cruce justo delante de ella. Está impresionada. “¡Alguien llame una ambulancia!”, escucha gritar a un hombre que se ha acercado al lugar del incidente. Con las manos que siguen sin dejarle de temblar saca de su bolsa un celular y con dificultades consigue terminar de marcar un número completo.

¿Bueno?... no, aquí no... ¿a quién busca?... con calma señorita, perdón, no le puedo entend... si, pero tranquila... ¿una ambulancia?... no yo no le puedo enviar una ambu... por favor señorita, guarde la calma, para que nos podamos entender... si, me imagino que debe de ser muy grave, pero... mire, si se tranquiliza puedo tratar de ayudarla... ¡no señorita!, ¡a mi no me pagan con sus impuestos!... ¿qué le pasa? ¡no me insulte!... ¿cómo?... ¡pues entonces se puede ir usted al carajo!... ¿en qué estaba?... ¡No! ¡Los frijoles! ¡Por estar hablando con esta loca! ¡María! ¡Ya se me quemaron los frijoles! ¡Vete a comprar otras dos latas!”

María sale de la casa de su patrona camino a la tienda de abarrotes. No es un camino muy largo, apenas unas seis o siete cuadras. Al dar vuelta en una esquina se encuentra, totalmente por sorpresa, a su hijo. Aún más furiosa de lo que el rojo de su rostro pudiera demostrar, agarra a Pablito y se lo lleva a rastras de una oreja. “¿¡Pero cómo es posible!? ¿No deberías de estar en la escuela chamaco irresponsable? ¡Pero vas a ver con tu papá, ahora que lleguemos a la casa! ¡Escuincle fodongo!”

Pablito había pasado los últimos meses ahorrando todos sus domingos. Mañana es el cumpleaños de su mamá y hoy se había escapado de la escuela para poder comprarle un regalo. Si tan sólo Ana Isabel se hubiera levantado más temprano.

2 comentarios:

Hek@nibru dijo...

Es verdaderamente fascinante como cualquier hecho, aparentemente insignificante, puede tener un sinnúmero (:P) de consecuencias tanto ordinarias como extraordinarias.

Excelente historia, sigue así.

Mary Merecias dijo...

es lo que te digo...todo es una cadena, yo creo que todo afecta, cualquier acción en el pasado debe afectar el futuro de todos , es un efecto domino... bueno, así lo veo yo en mis ratos filosóficos... creo que existe eh.